jueves, 2 de febrero de 2017

Soliloquio

¿Qué queda de la noche?
Apenas odio donde hubo amor,
un cansancio de ginebra, 
la rama seca de la duda.

Es hora del colmillo de luz,
de rezar cuando tiritan 
las sombras puestas a secar
en el cable del desgarro.

No hay descanso bajo
este soliloquio desmedido,
ni lenguaje en las manos 
que buscan verdad.

¿Qué sentido tiene lo 
que un día compartimos
si del milagro de  estar juntos 
sólo queda una semilla de ruido?

La Plaza Mayor sigue en el 
mismo sitio, con cítaras de 
piedra y turistas que la desbordan.

Hemos recibido más de 70 millones
de visitas este año, dicen en 
los periódicos con orgullo nacional.

Tanto tiempo ensayando 
para ser distintos,
y ha sido ese mismo orgullo
el que vino a convertirnos en estatuas;
piel de ceniza, y tan fría
la sangre que las articulaciones  
se han roto como esquirlas. 

El niño cabalga
la madrugada en el columpio del parque.
¿Qué soledad en potencia 
azuzan sus ojos benditos?
Nada le importa,
su ánimo en flor todo lo desbroza. 

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