miércoles, 27 de julio de 2016

Verano roto


Las golondrinas rasgan 
el cielo en múltiples direcciones,
surcan erráticas el vacío 
en busca de la textura de la noche. 
La ciudad se despierta a tientas.
Son los taxis y las nubes rotas, 
de piedra de ceniza y de rojiza altura,
un manjar de incertidumbre.
Se desprende el sol de los silencios
como un tributo a las sombras que desaparecen.
Antes, una carretera de asfalto
limpia y larga aserraba
el horizonte de finas hierbas.
Me regalaron un timón 
bordado con exquisitos mapas,
con el que bajar y subir a media altura, 
junto a la hulla del asombro, 
aterrado por parduscos sudores.
Es por ello que me dejo llevar
en las primeras horas de la mañana
por el miedo y la admiración
en la chocita de fuego construida
a la lumbre de las ciudades.
Amanece el verano roto,
con sus cristales de furia desmedida.
La noche aguarda, sabia,
a veces salvaje, a veces imprevisible.
El yate largo de la tarde espera cerca de la arena.   

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