miércoles, 28 de octubre de 2009

El verano más largo del mundo

El otoño no acaba de explotar. No sé si es a causa del cambio climático o es un capricho de deliciosa delicadeza que está teniendo este año con nosotros la naturaleza. Para mí es un tema recurrente en ascensores y panaderías, para engatusar a la señora de la limpieza que me cobra mensualmente las facturas o para despachar con asepsia la compañía ingrata del vecino del cuarto.
Yo se lo agradezco a esta sabia madre. Es un regalo el no tener que armarme como Nanook el esquimal para luchar contra inclemencias desagradables y desasosiegos climatológicos; chubasqueros y paraguas desolados que en la ignominia se enfrentan con nubarrones cabreados. 
Hay que preocuparse? Parece que el desierto sureño asciende de los infiernos africanos para ir instalándose sin miedo y con parsimonia de mimo, callada y elegantemente, en esta  Europa de finanzas podridas y estabilidades occidentales  tambaleantes. 
Pero como se ha dicho antes, este verano largo -parece el título de una peli de autor- no es más que un último disfrute; el coleteo antiestresante que muchos intentan asir, como si el verano quedara en eso: en algo palpable, mordible, follable. Y por ello, algunos aprovechan y hacen esas "escapaditas" a darse el último baño, aunque el H1N1 esté ahí, manipulándonos tras las finas partículas de plasma que nos protejen de la realidad, o aunque veamos como la perrera de la política filetea este solomillo exangüe de corrupción que dice llamarse España.
Qué más da, el verano es disfrute y diversión, escapismo y dilación antipoética. Con suerte,  dentro de unos años, si la extensión del período estival continúa, nos podremos comer los polvorones lubricados con crema antisolar, entre hamacas y top-less narcotizantes. No hay nada como vivir  en el verano más largo del mundo, la mejor forma de desconectar.¿?

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