jueves, 27 de enero de 2011

Rebelión momentánea contra las TIC

Parece que el hombre hubiera nacido para adorarse frente a un espejo o una pantalla. Ya nadie echa en falta el tacto de una piedra tan grande como un oso o el olor sincero de la tierra húmeda. Hoy en día, cuando uno quiere disfrutar de la naturaleza se va al ordenador y se ensimisma con una cadena de imágenes de alta resolución que sirven en realidad de salvapantalla.
Las redes sociales, los blogs, los periódicos digitales, los programas del corazón.net y toda esa tormenta de colores, tetas, muertos, desnutridos, modelos, ocurrencias apopléjicas y demás "desinformación", nos aturden y confunden, y nos envuelven en un mundo paralelo al real. Casi más real que el verdadero: este que duele, a veces da risa y también mata.
Si no tienes un perfil, si no tienes una foto mediática, una sonrisa de nácar y un pecho pincelado con bisturí, la vida se reduce a la vida. Nada más. Hoy ya no es suficiente con sacar la familia adelante y salir con el perro a la calle y leer el diario que se compraba en el quiosco de la esquina. La exigencia cada día es mayor. Si quieres ser "alguien" tienes que ser competitivo, productivo, restrictivos, compulsivo, vengativo, peyorativo, atractivo, generativo/degenerativo... Asumir un sinfín de cualidades -¿cualidades?- que hagan de ti alguien de provecho.
Somos más de seis mil millones de personas en el mundo, si todos tuvieran un perfil en Facebook, por ejemplo, seríamos más de doce mil millones en total. Todos mostrando el lado más amable, el más erótico, el más juerguista o el más terrorista de su persona -algunos con más pudor que otros, todo hay que decirlo. Cada cual creando una imagen tergiversada de su yo o mostrando todo aquello que no es y que ahí sí puede ser.
Algunos dicen que todo esto nos lleva a un mundo más democrático, más abierto y plural, donde todos podemos departir con todos, como si un domingo soleado y vivificante nos encontráramos en una gran plaza de pueblo. Pero otros dicen que son memeces, que los que mandan nos han proporcionado estos juguetitos de fácil control y rastreo.
No sé, yo estoy confuso. A pesar de usar estas suculentas "herramientas" y acceder a lugares donde antes nunca hubiera podido, también las desprecio porque veo que absorben mi tiempo y me aíslan de alguna forma, a pesar de tener a cientos de personas a mano - a clic sería más correcto. Pero a la vez satisfacen el ego y, en cierta medida, el espíritu, y puedo decir cosas que a veces no me atrevo a decir en la calle al policía, al cuponero de la esquina, al banquero.
Así que haciendo balance: me niego, me retiro, no sé si por unos días o unas horas, pero necesito parar y dejar los pantallazos, los me gusta, los añadir "amigos", las fotos de la última cena o borrachera. Me voy a hundir las manos en la tierra húmeda y a gritar por las Campos de Castilla donde se forjó mi alma.

Ciberanónimo


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