jueves, 1 de agosto de 2013

"Abrir un libro y ver al corazón salpicando todo su dolor, todas sus asperezas de luna y de franela, como un río oscuro de fiebres. Qué es eso,  sino sacar al viento todos los pecados y lenguas muertas colgadas de la diástole, las miradas escondidas del inconsciente, los deseos impracticables que quién sabe si en otras vidas se podrán consumar. 
Hay días que no nos llevan más allá de un ruin y pestilente horizonte, más allá de las dimensiones políticamente correctas de un mundo nefasto o de las fiestas multitudinarias que nos ofrecen las ciudades, más allá de las monedas que nacen brillantes y mentirosas cada mañana. Como una pedrada de luz en nuestros corazones, así son los libros que nos arropan y nos defienden. 
Un día lei algo, no me preguntes qué, que cayó como una lluvia de hierba en la boca del caballo, y decidí buscar el centelleo de la verdad, como aquellos cuentos que un día alguien me contó: puros y silvestres, acuclillados, rojizos y colgantes como el sorgo al amanecer; o quizá como aquellos otros que nadie me contó y que yo tuve que intuir o creer que en algún lugar alguien escribía para mí. 
Por eso, y, porque el hombre es una flecha de lenguajes reciclados  que hierve, me gusta leer novelas, poemas, cuentos que me sirvan para no romper mis dientes contra la realidad, contra mí mismo, contra el descenso maquiavélico del sueño, que a veces es el mejor aliado.  Por eso, a mí lo que me gusta es mirar alrededor, elegir el libro idóneo y perderme, para, a ser posible, desaparecer y no aparecer nunca más."  
Oswald Williams

No hay comentarios:

Publicar un comentario