con la chaqueta de cuero puesta
y observar a los atletas deshacerse
de la luz de los focos en la piel.
Así pacifica su mente, igual
que el vocabulario mecánico
ameniza las tardes en los
programas televisivos para ciegos.
Se solidariza con el esfuerzo que realizan
las nadadoras en la piscina de invierno.
La fiesta muscular de sus pechos,
la monotonía limpia de movimientos
siempre han sido ejemplares
en su abnegada manera de ser,
como espléndidas anémonas
vistiendo gorritos de baño de infancias paleolíticas.
Él también tendría que ejercitar
sus brazos y estirar la espalda, pero pasa.
Prefiere pensar en libros o construir chamizos
donde tomar vino hasta desfigurar la madrugada.
Ya estarán dirigiéndose hacia las habitaciones,
ingenuos y exuberantes, incluso los más inteligentes.
Él se desvía en silencio para mirar la electricidad de la noche.
Lleva un poema de niño eterno en la mano,
unas gafas de sol recuerdo de su padre
y la vieja chaqueta de cuero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario