Eran esas noches de desmesura
que salía a observar el invierno
y a enredarme en sus raíces
de ecos de lluvia.
Su amor de hondonadas
era la réplica de una bóveda flexible
como un jaguar de lenguajes mojados.
Nadie conocía su escondrijo
y no había espejo que lo reflejase,
igual que el ego de un niño
hambriento de protagonismo.
Otras, en cambio, se asemejaba
más a un caballo desbocado,
de venas tan hinchadas,
que más que de sangre parecían
llenas de lunas nerviosas.
Descubrí misterios sin revelar
por la ciencia del hombre,
igual que los juegos del tahúr dormido.
Yo quería al invierno,
a la vez que lo temía,
porque dibujaba en las calles
los límites de lo inefable,
a través de nudos de aire
y de grilletes de flores sencillas.
RESIDENCIA EN LA RED
lunes, 15 de enero de 2018
martes, 31 de octubre de 2017
Magnética
Tú has sido madera amarga
de la noche, un batallón oscuro
cazador en mi pecho,
aquella madrugada que todos cumplíamos años.
Bajamos a las piscinas vacías
del ayuno y acabamos las latas
de cerveza en la puerta centenaria.
Allí se quedaron, muertas de risa,
con su disfraz de esqueletos ilusos.
Entonces me pusiste a raya
y decidiste convertirte en paraíso perdido.
Tus labios todavía me quemaban.
Qué ridículo es escribir todo esto,
saber que me siento poeta.
Aún así, lo digo y lo escribo,
porque vivir en silencio es la mayor derrota.
Mis manos sobre tu espalda
sonaban a silbidos silvestres.
Qué tiernas y rosáceas,
las legumbres nacidas en tu lengua.
Tuve tus ojos de claras decisiones
frente a mi boca de resaca.
Busqué en tu piel la última frontera.
A aquello lo llamé deseo
por no saber darle otro nombre.
Antes de que el sol regalase sus primero rayos,
brotó la niebla roja en tu cuerpo.
Qué alegre nació la mañana
mientras la luz acariciaba tu pelo.
Qué tópico. Qué mierda de frío, ahora.
Escruté el skyline por la ventana.
Afuera seguía el mundo, embadurnado;
los perros corrían felices
a orillas del Manzanares.
Adentro, donde todo había envejecido,
la vida era un río de sentido.
Arrancada la materia de la incertidumbre,
entré más allá de tus ojos,
y, con la miel amarrada a los labios,
como el esclavo de una promesa salvaje,
pude llamarte Magnética.
de la noche, un batallón oscuro
cazador en mi pecho,
aquella madrugada que todos cumplíamos años.
Bajamos a las piscinas vacías
del ayuno y acabamos las latas
de cerveza en la puerta centenaria.
Allí se quedaron, muertas de risa,
con su disfraz de esqueletos ilusos.
Entonces me pusiste a raya
y decidiste convertirte en paraíso perdido.
Tus labios todavía me quemaban.
Qué ridículo es escribir todo esto,
saber que me siento poeta.
Aún así, lo digo y lo escribo,
porque vivir en silencio es la mayor derrota.
Mis manos sobre tu espalda
sonaban a silbidos silvestres.
Qué tiernas y rosáceas,
las legumbres nacidas en tu lengua.
Tuve tus ojos de claras decisiones
frente a mi boca de resaca.
Busqué en tu piel la última frontera.
A aquello lo llamé deseo
por no saber darle otro nombre.
Antes de que el sol regalase sus primero rayos,
brotó la niebla roja en tu cuerpo.
Qué alegre nació la mañana
mientras la luz acariciaba tu pelo.
Qué tópico. Qué mierda de frío, ahora.
Escruté el skyline por la ventana.
Afuera seguía el mundo, embadurnado;
los perros corrían felices
a orillas del Manzanares.
Adentro, donde todo había envejecido,
la vida era un río de sentido.
Arrancada la materia de la incertidumbre,
entré más allá de tus ojos,
y, con la miel amarrada a los labios,
como el esclavo de una promesa salvaje,
pude llamarte Magnética.
viernes, 28 de abril de 2017
La habitación era una celda
o un templo de rutinas.
En la cocina no cabíamos
sin que los cuchillos
tomaran extrañas posturas.
Restos de pollo al horno
y el café de por la mañana.
Salí a acariciar el ciprés
en la noche del aullido oscuro.
Qué terrible vacío
bajo su anclaje de duro tirano.
Las nubes en las pupilas
eran adormecidos reflejos
de una hoguera blanca.
Quién ordenó poner un precio
tan alto a las estrellas.
Qué epílogos verdes
cayeron sobre la tierra enferma.
La muerte corría alegre
por las avenidas como una última
promesa de madrugada.
o un templo de rutinas.
En la cocina no cabíamos
sin que los cuchillos
tomaran extrañas posturas.
Restos de pollo al horno
y el café de por la mañana.
Salí a acariciar el ciprés
en la noche del aullido oscuro.
Qué terrible vacío
bajo su anclaje de duro tirano.
Las nubes en las pupilas
eran adormecidos reflejos
de una hoguera blanca.
Quién ordenó poner un precio
tan alto a las estrellas.
Qué epílogos verdes
cayeron sobre la tierra enferma.
La muerte corría alegre
por las avenidas como una última
promesa de madrugada.
jueves, 6 de abril de 2017
Si yo tuviera el suficiente cash
alquilaría el cielo
para tus ojos y repartiría propinas
y fuegos fatuos a los camareros
que trabajan en las tabernas
de este pueblo de piedra
y silencio de sombras
sin romper nubes
que invitan a ser otro
y que nos separan de aquel
pozo de horas que una mañana
de sábado construimos
con la buena esperanza del amor ciego
en lo alto del castillo bajo
el que yace el cementerio
donde descansan mis antepasados.
alquilaría el cielo
para tus ojos y repartiría propinas
y fuegos fatuos a los camareros
que trabajan en las tabernas
de este pueblo de piedra
y silencio de sombras
sin romper nubes
que invitan a ser otro
y que nos separan de aquel
pozo de horas que una mañana
de sábado construimos
con la buena esperanza del amor ciego
en lo alto del castillo bajo
el que yace el cementerio
donde descansan mis antepasados.
miércoles, 5 de abril de 2017
5:36 AM
Soñaste que Dios había creado
las esquinas y los picos de las mesas,
las noches de insomnio,
los ojos vidriosos por los
que un día arrojar lágrimas.
Y confuso, por el vaivén del tiempo,
ordenaste a otros la crianza
de los hijos que nunca engendraste.
Derramabas silencio y el semen
de tus sueños en la madrugada.
Sobre tu torso de impenetrable fuego
erigiste un balcón de muertes en corona.
La memoria comenzó a ser
naturaleza oscura, tierra quemada,
campos de vid hecho jirones.
Un libro tras otro,
como un largo viaje al más allá.
Aquello ya no era un pasatiempo,
sino la única esperanza.
Siempre salpicado por un gorgoteo
de intuiciones, incertidumbres a punto
de ser verso, o montañas de basura.
A las 5:36 AM no eras más que
la imagen viva de un héroe triste,
un rey patético en su trono podrido
esperando ver amanecer.
Electrizantes capas de dolor
sacudían tu lengua acolchada.
Era para ti vivir un sentir demediado
por la elección errática de elegantes sacrificios.
las esquinas y los picos de las mesas,
las noches de insomnio,
los ojos vidriosos por los
que un día arrojar lágrimas.
Y confuso, por el vaivén del tiempo,
ordenaste a otros la crianza
de los hijos que nunca engendraste.
Derramabas silencio y el semen
de tus sueños en la madrugada.
Sobre tu torso de impenetrable fuego
erigiste un balcón de muertes en corona.
La memoria comenzó a ser
naturaleza oscura, tierra quemada,
campos de vid hecho jirones.
Un libro tras otro,
como un largo viaje al más allá.
Aquello ya no era un pasatiempo,
sino la única esperanza.
Siempre salpicado por un gorgoteo
de intuiciones, incertidumbres a punto
de ser verso, o montañas de basura.
A las 5:36 AM no eras más que
la imagen viva de un héroe triste,
un rey patético en su trono podrido
esperando ver amanecer.
Electrizantes capas de dolor
sacudían tu lengua acolchada.
Era para ti vivir un sentir demediado
por la elección errática de elegantes sacrificios.
viernes, 24 de febrero de 2017
Si crecer es madurar,
yo quiero seguir en el parque
con los amigos
bajo el fuego blanco
de las farolas o
extasiado por los rayos
de la media luna,
afín a todas las revoluciones,
delgado hasta los huesos
y algo ebrio.
O ser hoja de árbol
y mojarme con la lluvia
y ser arrancado de la rama
por el viento,
como en un juego arbitrario
de fuerzas indomables.
Pero si nada de esto ocurre,
que la saliva de unos besos
anegue del estupor
más absoluto mi boca.
Y se enfurezcan
los astros que en flor
llegan a mis ojos
por el jardín que nadie habita,
en un roncar hambriento
de leyendas y cópulas.
yo quiero seguir en el parque
con los amigos
bajo el fuego blanco
de las farolas o
extasiado por los rayos
de la media luna,
afín a todas las revoluciones,
delgado hasta los huesos
y algo ebrio.
O ser hoja de árbol
y mojarme con la lluvia
y ser arrancado de la rama
por el viento,
como en un juego arbitrario
de fuerzas indomables.
Pero si nada de esto ocurre,
que la saliva de unos besos
anegue del estupor
más absoluto mi boca.
Y se enfurezcan
los astros que en flor
llegan a mis ojos
por el jardín que nadie habita,
en un roncar hambriento
de leyendas y cópulas.
jueves, 2 de febrero de 2017
Soliloquio
¿Qué queda de la noche?
Apenas odio donde hubo amor,
un cansancio de ginebra,
la rama seca de la duda.
Es hora del colmillo de luz,
de rezar cuando tiritan
las sombras puestas a secar
en el cable del desgarro.
No hay descanso bajo
este soliloquio desmedido,
ni lenguaje en las manos
que buscan verdad.
¿Qué sentido tiene lo
que un día compartimos
si del milagro de estar juntos
sólo queda una semilla de ruido?
La Plaza Mayor sigue en el
mismo sitio, con cítaras de
piedra y turistas que la desbordan.
Hemos recibido más de 70 millones
de visitas este año, dicen en
los periódicos con orgullo nacional.
Tanto tiempo ensayando
para ser distintos,
y ha sido ese mismo orgullo
el que vino a convertirnos en estatuas;
piel de ceniza, y tan fría
la sangre que las articulaciones
se han roto como esquirlas.
El niño cabalga
la madrugada en el columpio del parque.
¿Qué soledad en potencia
azuzan sus ojos benditos?
Nada le importa,
su ánimo en flor todo lo desbroza.
Apenas odio donde hubo amor,
un cansancio de ginebra,
la rama seca de la duda.
Es hora del colmillo de luz,
de rezar cuando tiritan
las sombras puestas a secar
en el cable del desgarro.
No hay descanso bajo
este soliloquio desmedido,
ni lenguaje en las manos
que buscan verdad.
¿Qué sentido tiene lo
que un día compartimos
si del milagro de estar juntos
sólo queda una semilla de ruido?
La Plaza Mayor sigue en el
mismo sitio, con cítaras de
piedra y turistas que la desbordan.
Hemos recibido más de 70 millones
de visitas este año, dicen en
los periódicos con orgullo nacional.
Tanto tiempo ensayando
para ser distintos,
y ha sido ese mismo orgullo
el que vino a convertirnos en estatuas;
piel de ceniza, y tan fría
la sangre que las articulaciones
se han roto como esquirlas.
El niño cabalga
la madrugada en el columpio del parque.
¿Qué soledad en potencia
azuzan sus ojos benditos?
Nada le importa,
su ánimo en flor todo lo desbroza.
martes, 31 de enero de 2017
El mercado
Ayer le dije que había soñado que volvía,
sin entrar en detalles. Me abruma la gente
que cuenta su intimidad para reconciliarse
con las incertidumbres del día a día.
Recogí la ropa del suelo y pensé en todas
las mujeres buenas y bonitas con maridos monstruosos
que tiran a solas de las entrañas de la vida,
empujadas por extrañas fuerzas de la naturaleza.
Salí al mercado, la gente llevaba abrigos largos.
Ese fuerte olor a humedad agotada
en los ojos muertos del pescado.
Sus escamas, última frontera del océano.
La verdura estaba muy viva, parecía horadada
por la miel del verano. Daban ganas de morder
sus colores, ser color, entrar en su carne, vivir
y desquitarse en su semilla.
Volví a pensar en la interminable
rosaleda de significados del sueño,
cuando el frío era solo tristeza cubierta
por un edredón de flores moribundas.
sin entrar en detalles. Me abruma la gente
que cuenta su intimidad para reconciliarse
con las incertidumbres del día a día.
Recogí la ropa del suelo y pensé en todas
las mujeres buenas y bonitas con maridos monstruosos
que tiran a solas de las entrañas de la vida,
empujadas por extrañas fuerzas de la naturaleza.
Salí al mercado, la gente llevaba abrigos largos.
Ese fuerte olor a humedad agotada
en los ojos muertos del pescado.
Sus escamas, última frontera del océano.
La verdura estaba muy viva, parecía horadada
por la miel del verano. Daban ganas de morder
sus colores, ser color, entrar en su carne, vivir
y desquitarse en su semilla.
Volví a pensar en la interminable
rosaleda de significados del sueño,
cuando el frío era solo tristeza cubierta
por un edredón de flores moribundas.
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