Jacko

Ha muerto el joven de plástico que se escondía en los cráteres de la Luna y jugaba como un niño, como un estrella loca y desfigurada, talentosa y brillante, a hacer canciones y a bailar como nunca lo había hecho antes nadie. Ha muerto un gran Artista, una confusión talentosa y racial que se perdió en los recovecos de una infancia mal digerida y dirigida.

Pinchaba el Martes en el Santiago Bernabeu cuando se me acerco un guiri  a la cabina y me dijo, "pon algo de Maicol... en omenaje", no entendí nada y pregunté a cuento de qué el homenaje, "tío, a muerto Maicol", me quedé de piedra. I won´t to back y Billie Jean sonaron de inmediato y mientras, el Rey del Pop brillaba en el estadio merengue, me acerqué a un grupo de los organizadores del evento en el que estaba y allí me confirmaron la noticia.

 

Su contribución a la música es innegable. Escribió, montado a un árbol, un buen puñado de canciones sublimes y vapuleó los escenarios de todo el mundo durante casi toda su vida. También cultivó el género de las excentricidades, que hizo del Bailarín de tobillos mágicos un show paralelo a su vida como Artista -sí, con mayúscula. Escándalos de pederastia, problemas económicos, Neverland, el cambio de pigmentación en su piel, aquel bebe que sacó en volandas desde el balcón..., todo un sinfín de excentricidades que sumieron a Michael Jackson en un aura lunático/enfermiza.

Ojalá el niño superdotado, el negrito decolorado y faraónico de Indiana, encuentre, allá donde vaya, su alegría incipiente que le fue arrebatada de joven. Esta noche, como todas las noches desde el Martes, pondré a los bailarines de la pista alguna de sus grandes canciones.