martes, 14 de julio de 2009

Cuentecillos de verano: Mariano el Converso



Mariano pasea todas las tardes por la Gran Vía cuando la canícula ha escondido el rabo. Mariano, que tiene el pelo duro y florido, se pone las chanclitas y el pantalón de rebajas de Zara, y merodea las calles aledañas del centro, como queriendo formar parte de ellas y de su historia. Mariano se lava su cabeza de efebo rústico cada día y se manosea la entrepierna, como si ensayase un dificultoso pase de baile, antes de salir de casa, influenciado por los programas estilo Fama y demás.

Mariano es su nombre de calle -artístico sería otro nivel- porque piensa que el suyo no tiene el suficiente gancho. Mariano mira con ignorancia unos carteles de propaganda política en los que ve a un señor con barba y risa forzada que lleva su mismo nombre y no le hace gracia, pero ya es tarde, piensa, para volver a empezar con un nombre nuevo. Mariano es chapero y cobra diez euros por gayola y quince por mamonear, como le dice a sus clientes con ese cantito tan dulcemente colombiano.

Mariano -nombre de guerra como ya se ha dicho aquí- tiene una clientela fija y ordinaria que le deja la ropa para el tinte y un amargo sabor de boca que nunca se acaba de ir, según le cuenta a Ramón, su compañero sentimental, un chico marroquí que tuvo que escapar de Rabat por su condición de homosexual. 

A veces, surge un nuevo cliente con el que se tiene que emplear a fondo para captarlo como una secta, pero sin una argucia elaborada, tan solo la pasión y el arrojo del momento, si es necesario también se pone sentimental y recita poemas que recuerda de su abuelo paterno, un borrochín de Medellín con una vena poética-lacrimal. 

Mariano es religioso, y a veces, entre servicio y servicio, se acerca por una iglesia que le pilla cerca del curro y pide, entre el murmullo de los desesperados, cambiar de vida, de sueldo y de costumbres; una vez cumplidos los requerimientos y plegarias se acerca a un Cristo en paños menores que flanquea la casa de Dios y del cual es devoto, su mirada oscila entre lascivia y la adoración, como si se tratase de un pulso entre el bien el mal. Alguna que otra vez, no siempre, el mal ha ganado, y su imaginación lo ha llevado a verse con el pene trinitario en la boca y se ha sentido, por momentos, bendecido, puro y glorificado; para él son momentos inenarrables -ya que Mariano carece del don de su abuelo paterno- y maravillosos que, de repente, se convierten en un sentimiento de culpabilidad y Ramón, el Morito -así lo llaman cariñosamente entre colegas de oficio, ya que en esto no hay amigos-,  una vez que la faena del día a acabado, intenta consolarlo con una mano en su picha y otra en el Corán, creo que con intenciones de conversión, pero Mariano con ese llantito de culpa judeocristiana ni se cosca.

Mariano le trabaja el nardo a muchos españoles los fines de semana y fiestas de guardar. Dice que son secos, desconfiados y pagadores. A Mariano le gusta Jaime, un Señor de mediana edad que pulula de vez en cuando por la plaza, y más de una vez le ha recitado, en plena eyaculación urgente y callejera, un soneto que Jaime dice componer en las noches de sopor veraniego. A Mariano esas palabrejas castizas y bien ordenadas le traen recuerdos de la infancia y le hacen vibrar como a un juguetillo electrificado. Muchas tardes, cuando la noche anuncia su llegada, Mariano ve al Sr. Jaime paseando con su señora como un españolito más. Mariano, como un chiquillo desconsolado, corre en busca de Ramón, no se sabe si a por el consuelo de su sexo o del Corán.

1 comentario:

  1. Que grande Marqués, no todos los Marianos van trajeadeos con corbatas y soltando estupideces por la boca. Ahora sólo tienes que decidir que Mariano quieres ser..?

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