A pesar de que ayer comenzó el otoño de forma oficial, aun queda un soplo de verano como una moneda de oro que se niega a desaparecer en estos días extraños a los que acompaño. Me levanto temprano y hago recuento, inventario humanista y literario en este otoño impasible. Diviso las lluvias, los poemas estancados, las bodas venideras, los besos desclasados, las sonrisas dulcificantes, los reencuentros, los viajes embagonado entre raíles y somnolencia en la mañana madrileña.
El otoño, o este medio otoño teñido de bruma veraniega, que no es más que un anhelo infantil, recrudece la calle y confunde a los sentidos, y, aunque tiene algo de alma encogida o de capotazo mal dado, es lo que viene, es lo que toca: lluvia fina y lento manto de hojas. Me asomo a la ventana, elevo la mirada, y diviso los rayos de sol, breves y confusos, como si fueran las últimas meaditas áuricas de un niño que se pierde en la memoria de otro verano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario