lunes, 26 de julio de 2010

El verano no es para los pobres

El verano no es para los pobres. El sol, esa bola encendida y cabreada, no se reprime, no se corta, y mientras, nosotros deambulamos de allá para acá, buscando migajas, conformándonos con los triunfos de los demás y haciéndolos propios.
El otro día cientos de personas, qué digo?, miles, en la cola -como siempre-, esperando ver la copa. Un segundo de gloria, como queriendo comprobar que esto del mundial no ha sido una broma, un juego elaborado por los de ahí arriba, o un telefilm de pseudorealidad. Ahí estaban, buscando en la copa un miligramo de satisfacción, un orgasmo para todos los públicos organizado por las autoridades competentes.
El verano no es para los pobres. Y recurro de nuevo a esta frase que decía un amigo de hace años. Aquello era una queja, un dolor, pero había algo más: inconformismo producto de las modelos de vida que nos vendían pero que no podíamos alcanzar. Era un rechazo al desamparo discriminatorio que las circunstancias imponían, pero a la vez, un abrazo desesperado a los placeres que ésta ofrecía -y ofrece.
El veranito, máxima representación de libertad y hedonismo, se veía frustrado por la suficiente dósis de realidad, también de calor, pero sobre todo de realidad.
Hoy la canícula ataca como todos los años, ajena a los triunfos deportivos. El estío sigue siendo una mirada de dragón de silencio y fuego que me hace reflexionar sobre aquella frase que quedó marcada a sangre y fuego.
El verano es para disfrutarlo, para viajar e ir de allá para acá, como luciferes, de terraza en terraza, de novela en novela, de amigos en amigos, de viaje en viaje y de cama en cama, como un encadenamiento paradisíaco de alegrías y borracheras.

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