lunes, 22 de noviembre de 2010

La maldición del pene menguante

Lunes. Las sábanas son como una pátina blanquecina adherida a mi cuerpo. En la ducha las hago desaparecer con un plumazo de agua. Caen por el desagüe con retazos del sueño en el que he cabalgado esta noche. Sueño o pesadilla, me pregunto mientras cae un chorro o una suerte de luz mojada que reaviva la polución nocturna, como si siguiera en una eterna adolescencia, como si el efecto de la espuma me transportara de nuevo al lugar que he habitado esta madrugada.
Tiro de neuronas y rebobino. En el sueño era dueño de un harén. Catorce eran las mujeres que tenía a mi cargo. Cada una con una personalidad muy diferente y marcada: la guapa, la inteligente, la celosa, la dulce...etcétera, todo muy teatral y estereotipado.
Adónde voy yo con semejante responsabilidad, me digo mientras el agua ciega mis ojos de sultán retirado. La cosa es que al principio muy bien, sexo y lujuria con varias a la vez, el sueño de muchos machitos y todas esas cosas que a uno alguna vez le han enfermado la sien. Pero al tiempo, más que placer, empiezan a complicarse las cosas, comienzan las peleas, los trajines y los enfrentamientos entre las mujeres que tengo a mi cargo -en mi sueño pervive el servilismo- , como animalillos que sin dueño lo tendrían crudo en la ficción que me he inventado sólo Freud sabe por qué.
Me identifico como en un fotograma, voy con una capa, todo muy ridículo y sobreactuado, y con una verga animal que mengua cada vez que las mujeres se pelean entre sí. A cada bronca, mi pene encoge. Es jodido. Lo que al principio parecía una bendición se convierte en una maldición. La maldición del pene menguante lo podría llamar.
La ducha me acaba por despejar y siento que todo está en su sitio, menos mal, me digo esbozando una sonrisa de anuncio de aftershave. Vuelvo a la cama y mi chica se acerca desnortada aun por la telaraña del sueño. Me acaricia la espalda con la suavidad de mujer tierna, pero se levanta de un sobresalto como si alguien le hubiera pellizcado en el lugar más inoportuno, aaaahhhhhhhh!!, grita, y me muestra la mano ensangrentada, qué te ha pasado, grita , es como si te hubieran arañado mil leones. O leonas, pienso yo.

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