viernes, 31 de diciembre de 2010

La inteligencia del Señor Tiempo

El beso se hizo amapola y un barco de pájaros alimentó la turbina azulina del cielo. Aquello era lo único que mis ojos podían ver el último día del mes, en la frontera del año que separa al hombre de la nada. No era un cambio de año, era el fin de una época, era el comienzo de lo que muchos llamaban el final de "un sistema en decadencia".
Las manecillas de los relojes retardaban con languidez imperceptible el paso hacia adelante, como sabiendo que el tiempo es el verdadero amo de las cosas y lo que viene nunca es postergable, acaso un segundos, minutos, quizá un mísero año. Pura bagatela, para el Señor Tiempo.
Los hombres se recogían en sus pequeñas miserias: el pavo, las uvas, el regalo para el hijo, la promesa mal enfocada y nunca cumplida, y toda una ristra de menesteres que se iban sucediendo: seduciendo a la gran masa, como un barniz necesario para aguantar las embestidas del día a día, sus fríos y sus largos secarrales de ignominia mundial.
El día transcurría, la noche llegaba. La presentadora de televisión lucía una sonrisa que hacía juego con el escotado y luminosos traje de fiesta. Sus pechos artificiales y su sonrisa embutida en bótox eran un claro ejemplo de la artificialidad innecesaria en la que se había envuelto el mundo. A su lado, un joven sostenía una copa de champán destelleante como la lágrima de un dios falso y sonreía con ingenuidad vergonzante. Todo era brillo, todo estaba edulcorado y los focos cegaban a cada hogar, a cada hombre...a cada esperanza.
El cambio de año llegaba. Las campanadas repicaban. La boca del Tiempo cumplía su trabajo milenario y tragaba el minúsculo planeta tierra como a una hormiga, como a un error tonto en un experimento que "a alguien" se le ha ido de las manos. El Tiempo hizo desaparecer la crueldad y la miseria, la risa del niño, el destello de unas alas de mariposa, las finanzas, el placer de comer una paella y la mirada aviesa del oligarca.
Reinó el silencio. Cometas, asteroides, gaseosos y rojizos planetas paseaban como en una sonata de Bach de algodón y pura armonía. Pero en un algún lugar del universo, quizá encapsulado en una tierna nebulosa se podía oír: Feliz Año 2011.

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