viernes, 15 de abril de 2011

Sabiduría












El tiempo es más joven que cualquier recién nacido, allá donde los besos reciclaron el amor agotado y las caricias se hicieron monótonas cortinas de lluvia.
Abracé leopardos con bigotes como espinas y sentí los cristales triturados en las palmas de la mano . Entonces, comprendí que el fuego no era eterno, aunque nadie me dijera que los caminos conducían a lugares inesperados donde el sexo era un magma, una miel que abotarga lenguas, y el silencio un equilibrio de los siglos descansando sobre mis espaldas.
Es posible que de pequeño me tragase la lentitud de un viejo imaginario y por eso fui un niño raro que intentaba acariciar pubis de estatuas, olisquear flores y enamorar a mis primas mayores.
Es posible que en otra vida fuera un semental y vagara por las dunas de sus párpados inseminando insectos o quizá un arquitecto de perlas errantes o un catador de pechos, de senos ramonianos como cucharas de alpaca.
Lo que sé ahora no es nada comparado con lo que sabía antes, cuando atraía las miradas infinitas de los dioses bajo la almohada y guardaba en cofres la sabiduría de las sangres. Lo que sé ahora no es nada, lo sé, como cuando refrigeraba en las albercas de la infancia la virginidad inútil y restregaba contra las piedras secretos y poluciones.
Es triste crecer en el tiempo y e ir dejando por el camino pedacitos de alma. La sabiduría es un limbo de abrigos y leches maternas.

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