lunes, 11 de abril de 2011

Voz de Kiwoski










Me asustan las arpas de pestañas largas como ríos y su silencio de colirio en los amaneceres de carreteras extrañas. Solo el barniz del sueño y las alondras tranquilizan la incandescencia que late en mi caballito de hielo.
No hay reglas en este mundo animal de bancos y de sonrisas hervidas con tantos por ciento. No hay desierto en el que sobreviva la osamenta del caballo. Pero todo no es miedo, ni hoz, ni sueño americano. También hay grietas por las que flota una espuma de resistencias y una telaraña silente que se atornilla con el espasmo de lo números.
Dime, voz de Kiwoski, llanto nocturno de leche y azucena, güiscazos con hielos de sangre, por qué las músicas suben como de un cielo de Wagner y las arañas roban la alegría en las bancadas de los universitarios. Aunque no todo sea cometas partidas en los asideros del cielo ni músculos contradictorios, ni pantalones de sastre ni versos subnormales, también hay metralla de realidad, afecciones, suspensos desordenados, maletas repletas de estómagos hambrientos incapaces de vencer el anhelo del sexo en las tardes donde la negrita mira el abismo y la idiotez se vuelve un estado de animo.
Dime, voz de kiwoski, dónde he guardado el tiempo que me he robado.

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