sábado, 23 de abril de 2011

Zapatos nuevos










Es un día húmedo. El movimiento de nubes hace que el sol aparezca y desaparezca. Me perfumo y me voy a tomar un café y a estrenar mis zapatos. En la calle hay un cimbreo de luces inusual y un resoplido sordo suena a lo lejos. Siento la opresión de los comercios cerrados.
Comienza una llovizna como de hilo lento. Las gotas pueblan mi frente, una carrera de vírgulas lucha por penetrar la comisura de mis labios. Hay un no se qué extraño en el ambiente, no sólo es la humedad. Noto el miedo agarrándose con la lentitud de una araña trepadora que cría nidos en las barbas de algún viejo.
Acelero el paso. Un eco de mi mismo me adelanta y alcanza escaleras y nuevos cielos. Grito para romper esta soledad incierta. Las palabras atraviesan el silencio emplomado de las calles, como flechas de pensamiento que pierden el rumbo y se deshacen, vapor silábico, deshecho de una abandonada energía mía.
Empiezo a pensar que esto es un sueño, una mala pesadilla, un pleonasmo de muertes venideras, como una historia con sudores y apariciones de niñas con muñecas desbragadas. Pero no es nada de eso, esto es real. Un sol helénico me trae a la realidad con un calor de enternecer párpados.
El resoplar crece como el zumbido de una mosca en parto. En el cuello del cielo bandadas de resoplidos dibujan leyes invertebradas como el juego desastroso de un dios eterno. Sigo hacia adelante con un miedo empalagoso que hace ceros en la garganta. Las piernas comienzan a estar empaquetadas en sudor y unos golpes de viento de vino picado se confunden con los sueños que beben de la raíz del tiempo.
Avanzo como con abrazos de arena dormidos en las piernas. El resoplido crece e intuyo que voy en buena dirección. Comienzo a sentir miradas como agujas de marfil en la espalda. A estas alturas me he olvidado del café y de mis zapatitos nuevos. El resoplido es como un chorro de nubes muertas que quieran resucitar.
Llego a la Plaza Mayor. Una multitud de látigos muertos bebe de la cuenca de los espejos y un millón de almas enmudece ante mi presencia. La muchedumbre me mira y en menos de un segundo estoy entre sus manos, sus pechos, sus pollas y sus flatulencias que estrujan mi cuerpo. Una vieja me babosea con ira fascista y unos cánticos me envuelven en una liturgia de vahos y cieno.
Me amasan, me arrancan el pelo, mordisquean mis zapatos y unos niños tiran de mis piernas y brazos. Me desbaratan como a un muñeco de trapo. La cabeza queda en una esquina, entre las meadas de los soportales de la plaza. Veo cómo llevan mis restos. Al fondo hay alguien agonizando en una cruz. Mi cuerpo es como una mole de carne muerta que chorrea sangres y anodinos símbolos de tripas y tristeza. En un último intento de aferrarme a la vida entorno los ojos e identifico uno de mis zapatos nuevos. Una masa de resoplidos me envuelve con energía de olas.

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