jueves, 21 de abril de 2011

Vertederos de azahar. Sangre sucia allí donde nacieron las vías del paladar, en el costado de los versos que esconden los pomos envueltos de ciega luz, donde la muerte de mis ojos abrazaron al ding dong de la mañana, en la escupida del primer cigarrillo del invierno.
Teclados rizados de letras. Cenizas en la custodia de las palabras envueltas en el líquido enfermo de la pantalla. Duermo al aliento que viaja en un sofá de enseñanzas aburridas, espero el látigo de iones y el aleteo del cielo eterno.
La vida es un ramo de azucenas agitadas por toreros colombianos y maullidos de sílfides. La vida es un ritmo que pierde y gana fuelle, un impulso constreñido en el tiempo.
Yo también soy un impostor, un imbécil que cree que puede cambiar la forma de las antenas, el color del amor y las cigarras que se retuercen de pena en la madrugada. Pero sé que el mundo es un hielo que gana cuerpo a más muerte, y revienta los silencios con trompetas, allí donde el niño duerme y el enfermo toca con la boca el blues de los maniatados.
La flaca se abraza a cualquier vals, con la boca partida de siglos y los ojos nacientes de nieblas. Déjalo. A veces la felicidad es ver nacer el arco iris en el centro de tus labios. Olvida todo lo que nunca he dicho.

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