miércoles, 7 de septiembre de 2011

La noche, huracán ambulante

Nadie ha visto tan cerca las crenchas de la noche. De sus ojos han saltado, como suspiros entrenados, brillos que duermen de espaldas al sol y rebuscan las horas inciertas por los vertederos.

La noche camina rápido. Sus purasangres cocean fuego por los callejones. La noche no tiene principio, tampoco fin. Es un pasadizo de cenizas revueltas.

Zumbidos de estrella, eructos afilados, viajan insultantes sobre su diapasón enfermo, como el latir intenso del metal, como la dicha incierta de una trompeta de pulmones encharcados.

Hay un barreño de sueños derramado ahí en medio, desamparado ante la arbitrariedad de la noche. Da lástima ver como juegan en la fugacidad de su existencia. Son carne de cañón. Cachorros remojándose en tinturas de ingenuidad.

La noche no se las piensa. Se abalanza sobre ellos y los arrastra con la fuerza de mil prepucios de niebla y la quietud impasible de la esfinge.

Entonces, eructa sin inmutarse hacia sus adentros, y, con la mirada puesta en todos los lugares, como una bestia que todo lo puede, sigue su camino de huracán ambulante, porque sabe que el día le pisa los talones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario