sábado, 26 de noviembre de 2011

El día que quise ser poeta cinegético

Déjese de hacer versos, amiguito;
con eso no se saca nada.

EZRA POUND

Hubo un tiempo en el que quise ser poeta cinegético
y arrinconar al sujeto, verbo y predicado.
Eran días en los que las bombillas de mis ojos
alumbraban el cimbreo de los senos embravecidos
y las nubes eran pájaros de gelatina en movimiento.
Me subía a leer a los árboles.
Silvaba a las chiquillas como un James Dean
nostálgico de muerte.
Creía que la mayor virtud del hombre
consistía en estar delgado.
Un día arranque el amor de los escaparates
y me llamaron loco,
otro dí de comer a un pedigüeño
y me dijeron santo,
otro me abracé a las raíces del viento
y pusieron mi foto en los telediarios.
Más de una vez la noche arrimó su lomo
a la altura de mi pecho,
como un toro de lidia que buscase
las entrañas de lo insondable.
Sólo una vez la acaricié. Electricidad y terciopelo,
y la sensación de un verso infinito hormigueando
entre los dedos
Recuerdo que fue como si un beso
de ciencaballos me encendiera el alma.
Recuerdo que cayeron tres estrellas de cinco puntas.
Todavía hoy las llevo cosidas a la pleura.
Todavía hoy recitan Jossie Bliss en las noches invierno.

Hubo un tiempo en el que quise ser poeta cinegético.
Hoy trabajo tras la barra de un bar.

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