Me acuesto. Pienso en el nido de promesas que nos hicimos. En el rugir a lo kalashnikov cuando nuestras miradas se juntaban, y en el incienso y la melanina desordenada que emanaba de nuestras emociones, y en la gestión incierta de nuestras risas que nacían de creencias nacientes, muertas, olvidadas.
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