lunes, 20 de febrero de 2012

Cuando llega la poesía


Ahí estoy, dormido sin mí en ese campo de espigas. Ausente de vientos y con un aura de muerte prematura regocijándose en mis ojos. La tormenta aumenta como un globo de aceleraciones desacerbadas. Siento los ritmos ocultos del planeta, sus arterias, sus tripas, sus humores ocultos bajo esta hermosa alfombra que liba las esencias de la vida. Pero en mí no hay más que negrura. Silencios escatimados. Una bici desvencijadas, sin ruedas, y una piscina atestada de pistolas. Curvas, y más curvas, dibujando las encíclicas que rasuran al alma. Desayunos de amianto resbalando por las comisuras. Y una luz veloz arañando a la esperanza que escapa de la realidad, como esa cola infinita de las estrella fugaces que alimentaban a la infancia. 
Pero como hombre impulsivo, aunque no hay día que no vibre la endeblez del niño que un día fui, sale de mi la fiera oculta, no sé si de dragón o de pájaro, de violín o de anacoreta de cera. Y un brillante y acelerado endriago con alas abreva las diócesis perversas donde se forman mis quebrantos. Entonces, mi pecho se torna de luz y porcelana, y una voz de sinergias se desatan y se mezclan en mi boca, que transformo en una sucesión de palabras bajo una ensalada de cielos y teléfonos inquietos, que a aveces me da por celebrar por todo lo alto; porque me alegra y drena los venenos, los agua y los descompensa. 
Entonces es cuando escucho esa voz incierta y breve que me dice: "respira, respira hondo, calma este fuego que tiene desequilibrios de archivo adjunto sin destinatario..." A veces, cuando encuentro esa paz, siento que ha llegado la poesía.

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