lunes, 5 de marzo de 2012

Suicida














El otro día recibí tu carta. Hacía tiempo que algo así no me sucedía. Se posó en mis manos como una paloma chamuscada de lejanías y cenizas. En ella había una lengua de viento haciendo referencia a nuestro amor esquilmado. Era como escuchar el eco de una voz nacida del resquicio de una noche irreconocible. En una de sus líneas me llamaste cobarde sin nombrar la palabra. En ese momento me enfadé mucho y lancé puñetazos y patadas al aire, como un boxeador hambriento de lona. El cuello se me hinchó como al de un becerro a punto de ser sacrificado. Intenté tranquilizarme y seguí leyendo. Leí y releí hasta que mis ojos mezclaron las letras. Entonces caí dormido. Soñé contigo y con un campo de amapolas. Puede ver el cielo y los besos corriendo como galgos y las nubes quebrándose como frutas maduras. Vi tus ojos, tu boca, tu sexo de mar y aire, tus voces de agua cenicienta, tus promesas al oído que fui guardando en papel con la delicadeza del poeta, tu dentadura de yegua liberada y fotogénica,  tu delgadez extrema aterrizando como una pluma en la sencillez de nuestras miradas, tus pechos trotando en mi boca, tu desesperación, tus orgasmo colándose como la musiquilla de un violín entre las piernas, tu valentía, tu cintura abierta en uve y tu lengua envuelta en bruma. En aquel momento entendí  que nuestro amor sólo había sido eso. No podía ser nada más, porque sino se hubiera convertido en otra cosa: en una relación de telediarios en pantalla plana y paella de domingo.
Cuando desperté te llamé por teléfono pero no me contestaste. Entonces te fui a escribir una carta, pero  no tenía tu dirección. Ahí fue cuando decidí mandarte un WhatsApp en el que decía: 
      - No es que sea un cobarde, es que no soy un suicida. Bs. No t olvdo
                                                                       

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