Enredado
en la manigua
de la mañana.
Esperando el abrazo
de la suerte
que nunca llega.
A
ciento setenta,
a ciento ochenta,
a dos cientos
farfulla esta
respiración
de bombeo apocopado.
Pataleo con la insistencia del fuego.
No me rindo.
Sé qué sería lo más más apropiado
para esta devastada
cartera.
Razón y corazón
han tomado caminos contrarios.
Miro por
el retrovisor
y veo amores y bruma,
y gatos saltando sobre la mullida
furia
de mi existencia.
Qué loca es la vida
cuando sirves el vino
en el
café de la merienda.
Qué jodido,
saber que el compañero
es esta infinita
tristeza
hasta que la desbrocen
como a la maleza.
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