domingo, 29 de abril de 2012

Mirándome una noche

Veo cómo se acerca la tormenta. No son fantasías, tampoco seducciones marcianas de poeta. Escribo sobre mi vida, sobre la miel y la cera que la tierra sobre mi derrama. Hay que ser un poco hijo de puta, nunca un ángel, si quieres devastar con tus palabras las conciencias biempensantes.

Siempre me ha gustado llenarme los bigotes de cerveza, sobre todo en esas noches en las que el mundo se derrumba sobre mis espaldas de aerolito y vertebra.  Armatoste de juncos flexibles arropados de piel elástica. He llorado  en la tumbona de los deseos agotados, alguna vez, quizá mil veces. Otras tantas  he mirado fijamente a los ojos de una mujer y le he dicho que la amo, siendo la verdad más grande que he dicho en mi vida, para luego levantarme y arrojarme sobre las orquídeas espinosas de los cadáveres que alimentan el páramo de los estrellados.

He intentado de todo. O casi de todo. Blanco, raticida, gris, plomo, alfabeto, glándula, alfabia, desazón, pirulo, calculadora. Esto no significa nada, porque entiendo que los hombres necesitamos hurdir los mapas del tiempo con aguja y calaveras. Pero yo soy artífice en denuedo. Soy querétano y soy endriago. Derrumbado en el mundo, en la lona del desafío, y sin nostalgia del pasado, también soy  guerrero. Agosto. Luz de venenos. Antídoto y antitodo. 

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