martes, 28 de agosto de 2012

Los perros de  mi pecho remontan la alphabia ignorada de mi insomnio. Crines negociadas de sentimientos, miedo de animal acosado. Quien dura más, más hierro humano. Quien azuza a los lobos, más sangre y negocio. Deshabitada se ha quedado la luna de periódicos y deseos. Ya no hay largas cadenas de acordes como caravanas en la eme treinta, ni cohetes de adrenalina disueltos en las suelas de mis zapatos. Extravié la fórmula del agua con la que se nutría el vergel. Ahora son las cinco y treinta de la madrugada: espalda encorvada, la liturgia de la pantalla, el aroma del café. Mis besos son cocodrilos hambrientos en una tardía madrugada de verano. El silencio es flama, literatura, cocinas deshabitadas. ¿Cuánto se tarda en responder a las cuestiones esenciales?  Saco la faca de mi abuelo y rajo el cielo por donde el sol vio a los hombres nacer. Me estremezco y me deshago de una ristra de anhelos. Clavo la mirada. Mis ojos son redondillas, granos de trigo. Mis ojos son lo que yo quiera que sean. Mis ojos son águilas detenidas en los flecos del viento. Son arritmias desconsoladas, gitanos harapientos, luces de bohemia, crisoles navegando en la crisis del tiempo.

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