domingo, 30 de diciembre de 2012

Lenin


Lenin, no el revolucionario, sino el gato, mi amigo de ojos gigantes donde nacen todos los rios verdes del agua, apareció un día que no puedo situar exactamente en el tiempo, pero que tampoco puedo olvidar. Días que marqué en el calendario convulso de los acontecimientos importantes. Ahí que llegó: maullando, legañoso, con el miedo acelerado en su cuerpo mínimo de tigres encendidos.

Lenin. Mi Lenin. Mi delirio animal. El animal, antes que la literatura y las drogas, es el gran refugio del hombre. La salvación no está en el cielo fantasioso que nos narran en las sagradas escrituras, sino en la pureza del hijo, del nieto, en mi caso del gato, de Lenin, en el que se aglomeran todas las ternuras que se cocinan en el mundo. Tiene esto de cantar el cariño a un gato algo de poético y patético, casi tanto como cuando uno le regala flores a una mujer.

Ahora que uno vive lejos de él da gusto y tristeza ir a visitarlo. Los gatos son los dueños del hogar. Son los que te aceptan, los que te reconocen, los que te abren o te cierran el paso. Hace unos días, después de mucho tiempo sin vernos, estuve una tarde con él. Me tumbé en el sofá y se acercó. Se posó en mi pecho con la ternura de un querubín. Siete kilos y medio de alma gatuna ronroneando. Cuando un gato es feliz, dicen, ronronea como si fuera el motor de un camión a ralentí. La lealtad estaba representada en sus uñas cazadoras a medio sacar, punzando , levemente, los pájaros negros y desconcertados de mi pecho.

Me encantan los perros, pero al lado de los gatos son los mayores idiotas del mundo. Los perros son animales sumisos y hermosos. Los gatos, en cambio, son aliados irreverentes e impredecibles. A un gato siempre hay que conquistarlo. Hay algo de primera cita violenta y genital cuando uno se reencuentra con el felino.

En la red hay un vídeo en el que un león después de algunos años en libertad vuelve a ver a sus primeros cuidadores. El animal, cuando reconoce a sus viejos colegas se abalanza felizmente sobre ellos, como una bestia desprovisto de fiereza, como un ángel con garras de espuma. Da mucha impresión ver al león dorado sobre las patas traseras jugando con sus padres adoptivos.

Los gatos son los parientes menores de los reyes de la selva. Cuando Lenin está cerca tengo la sensación de estar junto a un animal con ánima de bestia miniaturizada. No recuerdo dónde leí ese dicho popular que dice que dios hizo al gato para que el hombre pudiera tocar al tigre. Picasso dijo que los toros son ángeles con cuernos, por extensión los gatos serían ángeles con zarpa.

Lenin, a pesar de su nombre proletario y revolucionario, es un gato tranquilo. Es un gato joven, pero la castración lo llevó a las agua tranquilas de la asexualidad. Le robamos, egoístamente y sin preguntar, el instinto de la procreación. Aunque parezca cruel, hay razones de sobra para hacerlo, porque la racionalidad me hacía pensar que la Puerta del Sol no era lugar para gatos, pero me equivocaba, todavía conserva el instinto de irse a bregar con la noche por los tejados de la Plaza Mayor. Es su inextirpable instinto lo que lo hace seguir saliendo a preñar la madrugada. Su pureza animal.

Me gusta llegar a su casa, que ya no es la mía, y ver que me acepta y me reconoce, no como a su dueño -las almas libres no tienen dueño-, sino como a su amigo humano al que acompañó horas y horas en los amaneceres inciertos de la ciudad. No sé si Lenin olvida, pero sé que reconoce. No sé si comprende, pero eso da igual, porque yo tampoco.

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