martes, 8 de enero de 2013

400 puños


Es la tarde gris de enero. Cuatrocientos puños, 400, golpeando las paredes del corazón. Todas las melodías son fúnebres mientras hay algo que se recrudece en el alma, como un caldo de flores violáceo que golpea el solar cavernoso. Aquí todo se agolpa con suavidad de agua muerta en un vaivén de tiempo sin sentido, como si arrojara los relojes del mundo por un barranco. Los testarazos de la música avivan esta tarde gris de enero. Es Bowie que ha cumplido 66 años, es su música enferma de ojos marcianos, con su cadencia de terremoto y nebulosa. No sé. Es posible que su música sea una embestida de vergajazos donde todo se amortigua. La calle sigue en el mismo sitio, pero todo lo demás baila. Los niños corren con las mochilas y eso me recuerda que hay una alegría lejana en el frío de mis manos, un sueño oculto. Busco a los gatos mientras Bowie reverbera con su falsa felicidad.  Hay un Virginia Woolf eterna en cada gata. La música de Bowie es un bálsamo raro, un chorro de melancolía que remonta esta tarde de plomo en la que se podría hacer un Larra o un David Foster Wallace. No me canso de escuchar la canción, tampoco se cansan los cuatrocientos puños de golpear.

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