viernes, 11 de enero de 2013

La niebla


Me levanto con niebla. Esa mujer descalza de pechos mágicos que amamanta a la naturaleza. No sé cómo anda la calle de niebla, sólo sé que mi cuarto es una escena de nieblas cruzadas donde no distingo ni mis manos, ni mis piernas, solo mi pene de piedra. La noche, la niebla, la piedra que crece en mi pene como un musgo de durezas infinitas. Soy todo piedra. O al menos eso me dice mi falo embrutecido, al palparlo, en esta mañana congestionada. Siento el ritmo lechoso, la danza envolvente de la niebla. 
La niebla es una batalla de ciegas nubes que no me dejan ver, pero sí sentir, por eso me agarro a la polla de piedra que es lo único duro, seguro, sereno, en esta mañana caliginosa. Tener a la niebla tan a mano es como acceder a un pedazo acolchado de cielo. Es como poder abrazar al ángel caído y desterrado de las nubes. La niebla es el enfant terrible de la familia de los cirros. No llega a nubarrón y su incorporeidad y amorfismo es su gracia y su cruz. 
Hay un peligro intrínseco en este juego de vapor de algodones que no para de recordarnos desde la radio una periodista a la que se le ha colado la niebla en la voz. Mientras tanto, yo viajo a la infancia, donde todo era niebla, o por lo menos mis recuerdos se manifiestan así, confusos y blancos, inaprensibles y blandos, laberínticos, como aquel vapor de eucalipto que inhalaba en aquella habitación lejana y dolorosa de la niñez. 
Me pongo un café y abro un kiwi que me dan ganas de empotrarlo en mis durezas, pero me abstengo. Prefiero guardar el orgasmo enmudecido hasta la noche, como un tesoro loco que depositaré sobre alguna universitaria despistada, o sobre mi almohada, o quizá sobre esa batalla blanca y etérea que es la niebla. Follarme a la niebla como a una hembra donde se disparan todos los fuegos silenciosos. Follarme o ser follado. Todo la niebla es un agujero, de ahí mi confusión. El coño de la niebla es un ente blanquecino y puro, hermoso por sus dimensiones. Toda mi habitación es un coño que huele a la sangre blanca que desprende este ángel caído que es la niebla, o sea, que estoy envuelto en una luz de nieve y misterio. Qué alegría más tonta me entra cuando pienso que vivo en un coño mullido, en un follaje de brumas. Es la idiotez de no querer salir. Es la ilusión del hombre que vuelve al vientre, al orígen. 
Qué raro. Abro un poco la persiana, el sol taladra la calle, el mundo sigue con sus soleadas esquizofrenias. Cierro la persiana y salto sobre el coño infinito de la niebla.

Fragmento de Primavera mortal (novela)

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