domingo, 19 de enero de 2014


La lluvia afuera, también adentro. En la cama, la lluvia moja pies y espalda; las nalgas son humedecidas a través de técnicas tradicionales. Los lenguajes de la lluvia son insoportables cuando la madrugada se convierte en un círculo abstracto: es como vivir con la sensación de estar con los algoritmos incomprensibles que surgen a los siete u ocho años. 
La lluvia como un discurso ancho e inabarcable.
Bolardos, temperamento acotado en la mancha confusa de la edad. Tengo frío Finisterre y la sensación de que la lluvia crece desde mis huesos hacia afuera. El armario hace aguas -no es lo único-, la arboleda húmeda de la ropa, el vecino marroquí rezando a las seis de la mañana. La lluvia es un extraño. El frío, una necesidad que desquicia.

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