lunes, 3 de febrero de 2014

Como piezas abstractas para tapar los agujeros de la existencia están los besos. También los sueños que nos arropan. Son sábanas oscuras manchadas de estrellas, igual que las canciones que estremecen el alma. 

He visto lagos de noche nacer en tus ojos, seda en las fauces de los caimanes, unos tirantes rotos donde se calientan las manos los demonios. 

Si como niños nos miramos desnudos delante de las certezas, como delincuentes sentimos los vértigos que nos acechan. Lucifer no es el nombre de una montaña, sino la marca de un detergente para lavar la sangre. 

Mira la andadura rota de mis manos por tu piel. Mira cómo sudan los versos, empapados van, destemplados de saudade y de tristeza. 

Es así que debe ser. Sufrir la fiebre y atraparla. Ahogarla con miniaturas farmacéuticas. Enfriarla a base de masajes y masturbaciones. Es así que debe ser.

Vuelan las mentiras que evacuaron de la boca, ahora son mariposas que tatúan la tarde. Tu saliva decorando mi pecho fue lo mejor de esta existencia. 

A saldo, a saldo se vende el cielo. Sin escrúpulos y sin esperanza camina Dios por el horizonte, como un broker a punto de arrojarse por la ventana. 

Nuestros ojos de celofán y nuestras lágrimas de experiencias. Las espaldas, como barrancos de acontecimientos, son la tapa de los ataúdes que atrapan a nuestra alma. 

Es atracción satelital, vuelo, órbita de lujuria, el ciclo de la luna, el llanto de sangre en cuajos que un día tragué. 


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