Soñar el futuro, bajar al balneario húmedo de las tristezas en busca de las abluciones que liberan del pasado. Huir por caminos pedestres y autopistas durante la noche. Ser amigo de alimañas y extranjeros, prostitutas y camareros de anchas ojeras como cardizales. Cruzar valles y saludar a lo lejos a la belleza de las estatuas. Rincones dormidos. Paisajes abandonados al capricho de algún empresario sin escrúpulos. Andar: flores, nativos, sudor, cangrena y suspiros, el pelo de la adúltera manchado de semen sobre el sofá.
Seguir el curso del río y refrescar la cara, la nuca y los brazos. Hacer ademanes de hombre cansado e iluso, y al atardecer, cuando las vacas se encierran en la veda de sus mugidos, abrazar lo venidero, la extraña cópula del ocaso, sentarse sobre la acumulación de los excesos pasados, y oler el rubicundo paisaje de estrellas. A veces, silencio y piel de barcos abandonados en alta mar.
Buscar la soledad y lo indecible, cornejas, amiantos, alivios difíciles. Deshechar la poesía con signos de exclamación, la palabra venenosa del obispo y los "Me gusta. Las selfies.
Vagar por intersecciones, pueblos, barriadas, andenes, grandes almacenes repletos de escaparates con maniquíes que emulan a esclavos. Mentiras como víboras saliendo del nido de la publicidad. Deslizar los fracasos bajo la tonalidad de la lluvia y dejar brotar el infinitivo de la sangre infeliz.
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