miércoles, 13 de agosto de 2014


Hay gente que vive peor que otra.
Hay gente que corre tras los autobuses
y se queda dormida en el metro,
con los párpados caídos e hinchados. 
Hay una señora tocándose el pelo con dignidad,
se pasa la mano suavemente,
como si su cabeza fuera la península más delicada del mundo.
Hay gente que pinta la fachada de su
negocio en vacaciones, en vez de disfrutar
de las cosas divertidas anunciadas por televisión. 
Hay gente que come a mediodía en el asiento
del coche porque no tiene dinero suficiente 
para pagar un menú en el bar. 
Lo veo a diario. Me cruzo con ellos.
Los observo y examino. Me fijo en su ropa
y en sus zapatos, en sus lecturas: 
casi siempre leen periódicos gratuitos
y mensajes en sus teléfonos móviles último modelo.
Hay gente que nada más salir del metro, envenenan
con humo de tabaco su garganta , 
aunque para eso no hay que ser ni muy listo ni muy idiota. 
Es así. Son cosas que pasan todos los días, 
como el caso del hombre de rojo que bebe cerveza 
a primera hora de la mañana, en el parque infantil. 
Creo que tira las latas vacías al suelo
porque quiere alimentar a los pájaros. 
Mientras la gente arrastra el desánimo hasta su trabajo,  
el hombre de rojo vive ebrio y feliz, 
desgastado y roto como un mueble viejo.
No son ni las 8 de la mañana,
nadie se percata de su presencia,
¿es el hombre de rojo parte del mobiliario,
está tan desfasado como la cabina telefónica?
Nadie sabe si está de retirada,
o si beber latas de cerveza, tan temprano,
es la manera más sensata que tiene de afrontar el día. 
El hombre de rojo mueve un poco sus caderas,
está solo, pero levanta los brazos hacia el cielo
como si alguien lo acompañara en su danza.
La gente sigue su camino y nadie se fija en él.
El hombre rojo desaparece calle abajo con una lata de cerveza. 
Hay gente que vive peor que otra.

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