viernes, 7 de noviembre de 2014



Recuerdo el libro amarillo, y su cadencia azul y verde. Las palabras abiertas, la desesperanza, la tierra hundida de la que nacían las letras y las arañas. Es el festival de gritos a deshora que sube por la pared y se cuela por la ventana. El hueco abierto en la hendidura de la vida donde todo repta y es imposible amarrar serpientes y dragones, saltos de agua y entropías. Aquel libro sol, aquellas voces de temores en el blanco amarillento de las hojas. El ahora no importa porque todo vaga y se escenifica en latidos párvulos, muertes alcalinas, oros herbáceos, descontentos sin filtro que arrasan el pulmón ennegrecido del presente. Y es el campo de amapolas, con su sangre en el ojal, al que van a llorar todos las infancias ahogadas. El humo de mis ojos y  la luz de mi memoria, ofrenda-esperpento-tiranía, el sexo con entonación capitalista y el endriago de mis ruinas, con estruendo de Biblia rota, el que me viene a recordar aquel libro amarillo, y su cadencia azul y verde.  

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