viernes, 5 de diciembre de 2014

Ararán los bellos otra carne


Me despierto en la noche, no siento el brazo derecho. Es una masa muerta estancada en medio de la nada, arrumbada entre la vigilia y el sueño, como si esa parte del cuerpo se hubiera quedado aprisionada al otro lado. La mano no atiende a ordenes, los dedos se acumulan sin brillo ni control, sin armonía en los movimientos. Agarro el brazo como si fuera un anexo, una ave muerta y pesada. Busco fuerzas donde no las hay. Intento pensar, darle a esta muerte transitoria, de una parte de mí, una explicación. Entonces, una voz de auxilio sale de mi boca, una voz leñosa, de tubérculo roto, a la que no le encuentro reconocibles matices. Es la voz de un hombre con miedo, me digo. Mi brazo, mi no brazo,  es un leño, una rama seca y obstruida de mi cuerpo. Un madero inútil por el que no corre la sangre. Entonces, recuerdo a un camarero que conocí hace años en un restaurante de Mojácar. El chico, rubicundo, arrastraba una cojera. Al parecer había estado inconsciente durante varias horas a causa un episodio oscuro con las drogas. Durante el tiempo que estuvo tirado en el suelo, una de las piernas no recibió el riego de sangre a causa del peso que su propio cuerpo ejercía sobre ella. Cuando lo encontraron, ya era tarde: la pierna había sufrido daños irreversibles y nunca más pudo recuperar la movilidad  total. Pienso en ese chico rubicundo, camarero o dueño de un bonito restaurante en Mojácar en el que estuve una noche de verano de hace ya unos años. Un chico que al parecer tenía problemas con las drogas y su vida se vio trastocada para siempre por culpa de un momento de inconsciencia; una de las gentilezas absurdas que tiene a veces contigo la vida. Es lo único en lo que puedo pensar. Yo y mi brazo -mi brazo ya no forma parte de mí- viviendo una situación absurda y dolorosa -a pesar de que no lo siento me duele-. Entre mi cuerpo y mi brazo se levanta un muro negro de siglos. Truculencias en los músculos que hacen de motor...racimos negros y pesados como un fardo de soles en la carne del antebrazo...vívida flor huyendo de la vida...arrumaco violento sostenido por este brazo moribundo en algún otro lugar.

Ararán los bellos otra carne.

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