domingo, 20 de marzo de 2016

Los acordes de la guitarra, vestidos con trajes celestiales, 
cruzaban el aire y me contagiaban su rebeldía.
Una canción era un himno 
y un abrigo para pasar el invierno.
En el quicio de sus vibraciones, las respuestas sonaban 
como si contuvieran la unidad del gran misterio.
Yo sentía los acordes bucear en el aire 
y quería escapar con ellos. 
I'm a loser, Superunknown, Alive 
eran algunas de mis oraciones, 
espadas forjadas con materiales fantásticos.
Bebía leche fresca con algunas gotas de whisky 
para llevar atado el paraíso al paladar.
Cuando los acordes sonaban a un volumen adecuado, 
podía sentirme como un pequeño dios.
El rumor ambiguo del rock and roll se concentraba en el ambiente 
licuado al ritmo de la gran catedral. 
¿Qué titán inútil se apoderaba de mí? 
¿Qué era aquel amor tan ingenuo y tan libre?
Sé que un día alguien dijo que vio salir de mi pecho 
una manada de polvo de estrellas. 
Es difícil saber si aquello fue verdad 
o solo un artificio para hacer sentir bien a los más insensatos.
Lluvia y pudor a partes iguales.
Un grito desde el otro lado del océano era la lucha contra la mudez irónica 
de los búfalos intoxicados de gladiolos. 
El arte de la guerra y la vejez se anunciaba en televisión 
como un cucurucho de almendras y chocolate.
Giraba la belleza sagrada de los acordes, 
relucía su bóveda de blanquísimas triadas
contra el futuro prostíbulo de anécdotas podridas.
Que no se agote el estímulo de los acordes 
cruzando la anacrónica tempestad. Que no se agote.
Un granizo de voz. Un retazo de fuego. 
Una sirena en el fulgor de la cerilla. 
Una fruta desangrada a mitad de la canción.
Hundidas las manos en la música, en su tierra húmeda, 
a donde fueron a morir los corazones y los gusanos románticos, 
las uñas volvieron iridiscentes y las rosas volaron y se hicieron acordes, 
un pétalo de perfume en busca de hogar en los oídos.
Sonaban los acordes como ángeles de ceniza lanzados a 290 km/h 
por una autopista donde un día hubo un bosque musical.
La noche despertó cantando con todo su cuerpo, 
sonaban en los semáforos las melodías de los charcos
y pude verme envuelto por la triada de acordes.

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