Madre, nunca te he dicho lo mucho que
pienso
en el Primark de la Gran Vía, en sus luces
y sus sombras a última hora de la tarde,
cuando los pájaros tristes imitan el vuelo
de las gaviotas en esta orilla podrida de
corazones.
A veces, me dan ganas de subir por las
escaleras mecánicas,
madre, montaña rusa de vómitos y promesas,
para sentir la grandeza del sueño
capitalista.
Imagino que paseo por los pasillos
multidireccionales,
igual que los monarcas lo hacían por los
jardines
de setos bajos, y deslizo la mano por las
mercancías
para impregnarme del olor a 'Made in
Bangladesh',
'Made in Turkey' o 'Made in China', mi
querida madre,
un país de más de mil millones de
habitantes,
donde todo es fuego de dragones, oro
desvainado,
fábricas, riqueza, contaminación, raíces,
deleite, nuevos ricos muy ricos,
rascacielos,
chabolas, censura. Ya sé, madre, siempre
el temor
a los poderosos, el miedo a la guadaña
que viene a cercenar la paz del hombre
humilde.
Pero no importa, porque aquí adentro
llueve una música dorada y toda ella cala
hasta lo más hondo de nuestras tarjetas de
débito.
El dinero se desgañita en la cartera como un
macaco enloquecido.
Puedo, incluso, dibujar el vuelo suicida
de las alondras
en el cielo artificial de sus dividendos.
Primark, madre, es un mercado que dispensa
felicidad a bajo precio y nadie te hace
preguntas.
La única profundidad posible, te lo digo,
madre, con temor a ser contaminado,
es el linaje de la luz blanca y
condescendiente.
En esta boca de lobo sin colmillos
la barbarie de Occidente se amortigua.
Cada gesto inane realizado, lo tachan de
valiente:
mirar una etiqueta, pedir una talla que no
existe
o descansar en unos sillones con vistas,
mientras recargas la batería del teléfono
móvil.
Es la ausencia de conflictos, una sociedad
sin guerras,
donde las guerras tienen otras caras,
otras muecas, otras fronteras.
Hay aquí un ambiente de sonrisas
plastificada y de estribillos purpurina.
Como en los trópicos, reina la abundancia.
Como en los trópicos, reina la abundancia.
Ya existen leyendas urbanas evocando a
nuevos dioses.
Afuera, en la calle, muy cerca del nuevo
templo,
hay una señora anunciando nuevas
frondosidades.
Dentro, en cada esquina, germinan abundantes
productos,
todos ellos muy bien distribuidos.
Son chicas las que cantan, madre, por sus
estrechos úteros.
Y son ellas, jóvenes y mayores, y también
ellos,
madre, qué cosa de suprema inteligencia,
los que vienen a pegarse la fiesta del
consumo.
Un sueño por cumplir sería el de dormir
en el bosque rosáceo de bragas y
sujetadores de la primera planta.
Qué alegría más ingenua, madre, yo viviré
en Primark
la más feliz y terrorífica tarde de este
siglo.
Subiré a la última planta, diseñaré mi propio
recorrido,
ajeno a modas y autoridades, y compraré
productos
baratos e innecesarios. Así honraré el
nombre
y la sangre de nuestra familia, y os haré
partícipes,
madre, de esta gran conquista del ser
humano.
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