sábado, 30 de abril de 2016

Oda al Primark

Madre, nunca te he dicho lo mucho que pienso
en el Primark de la Gran Vía, en sus luces
y sus sombras a última hora de la tarde,
cuando los pájaros tristes imitan el vuelo
de las gaviotas en esta orilla podrida de corazones.
A veces, me dan ganas de subir por las escaleras mecánicas,
madre, montaña rusa de vómitos y promesas,
para sentir la grandeza del sueño capitalista.
Imagino que paseo por los pasillos multidireccionales,
igual que los monarcas lo hacían por los jardines
de setos bajos, y deslizo la mano por las mercancías
para impregnarme del olor a 'Made in Bangladesh',
'Made in Turkey' o 'Made in China', mi querida madre,
un país de más de mil millones de habitantes,
donde todo es fuego de dragones, oro desvainado,
fábricas, riqueza, contaminación, raíces,
deleite, nuevos ricos muy ricos, rascacielos,
chabolas, censura. Ya sé, madre, siempre el temor
a los poderosos,  el miedo a la guadaña
que viene a cercenar la paz del hombre humilde.
Pero no importa, porque aquí adentro
llueve una música dorada y toda ella cala
hasta lo más hondo de nuestras tarjetas de débito.
El dinero se desgañita en la cartera como un macaco enloquecido.
Puedo, incluso, dibujar el vuelo suicida de las alondras
en el cielo artificial de sus dividendos.
Primark, madre, es un mercado que dispensa
felicidad a bajo precio y nadie te hace preguntas.
La única profundidad posible, te lo digo,
madre, con temor a ser contaminado,
es el linaje de la luz blanca y condescendiente.
En esta boca de lobo sin colmillos
la barbarie de Occidente se amortigua.
Cada gesto inane realizado, lo tachan de valiente:
mirar una etiqueta, pedir una talla que no existe
o descansar en unos sillones con vistas,
mientras recargas la batería del teléfono móvil.
Es la ausencia de conflictos, una sociedad sin guerras,
donde las guerras tienen otras caras, otras muecas, otras fronteras.
Hay aquí un ambiente de sonrisas plastificada y de estribillos purpurina. 
Como en los trópicos, reina la abundancia.
Ya existen leyendas urbanas evocando a nuevos dioses.
Afuera, en la calle, muy cerca del nuevo templo,
hay una señora anunciando nuevas frondosidades.
Dentro, en cada esquina, germinan abundantes productos,
todos ellos muy bien distribuidos.
Son chicas las que cantan, madre, por sus estrechos úteros.
Y son ellas, jóvenes y mayores, y también ellos,
madre, qué cosa de suprema inteligencia,
los que vienen a pegarse la fiesta del consumo.
Un sueño por cumplir sería el de dormir
en el bosque rosáceo de bragas y sujetadores de la primera planta.
Qué alegría más ingenua, madre, yo viviré en Primark
la más feliz y terrorífica tarde de este siglo.
Subiré a la última planta, diseñaré mi propio recorrido,
ajeno a modas y autoridades, y compraré productos
baratos e innecesarios. Así honraré el nombre
y la sangre de nuestra familia, y os haré partícipes,
madre, de esta gran conquista del ser humano.

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