martes, 18 de octubre de 2016

Las tardes

                                                      A José Antonio Soto Cruz

Pasábamos las tardes 
en las terrazas
bebiendo cerveza 
y fumando sin hacer
concesiones a nada ni a nadie. 
El camino de espuma 
era plácido y suave.
Allí poníamos a orear nuestras vidas.
Hablábamos de libros, 
cada vez menos de música,
y, a menudo, de zapatos 
que comprábamos habitualmente 
en temporada de rebajas.
Un corrillo de gorriones 
revoloteaba cerca. 
Mirábamos aquel ecosistema 
original y sin complejos
igual que si fuera un espectáculo 
para el que nunca nos habían educado. 
El cielo anunciaba un atardecer de nubes sarcásticas.
Como corceles derrotados por nuestro esfuerzo,
los botellines brillaban 
desordenados en la mesa. 
No éramos ciudadanos ejemplares.
Aunque tampoco 
nos sentíamos partícipes 
de ninguna feria de vanidades. 
Tan sólo éramos dueños 
de un inventario de derrotas. 
Parecíamos ilusos cegados 
por la mordedura de las horas. 
Quién querría ir a guerra alguna 
si ya vivíamos en un batalla de pavesas. 
Carcajadas o muecas de monstruo.
La flor de la ceniza bajando 
a trompicones por la camisa. 
Sin fuerzas para hacer 
los ajustes de cuentas necesarios, 
volvíamos a casa 
con la mirada perdida, 
ahítos de cerveza,
con la certeza de que aquel 
jolgorio de gorriones 
era lo más cerca que jamás 
estaríamos de la verdad.   
Era raro, porque no había 
nostalgia por el pasado.
Sólo queríamos que se reconociese 
que habíamos luchado en la vida. 

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