lunes, 24 de octubre de 2016

La enferma y bella hora

Es la enferma y bella hora.
Arden luces de sidonia,
y geografías cerúleas
se instalan en la frente. 
Refulgen los carteles
luminosos de los super.
Hay autobuses azules
como demonios en busca
de las últimas víctimas.
La ciudad se asienta
sobre una catástrofe de plásticos,
junto a excursiones de silencio
y verbos tiernos de basura.
La huida hacia adelante
del discurso de unos ojos
minerales escondidos
es un refugio de mentiras. 
Hay esquinas que huelen 
a tañidos de campana. 
La lengua está anegada de charcos
que sueñan con ser saliva.
Han volado los días dulces
y el vino envejecido.
La tarde es un infierno
que se extingue,
un jardín de pena 
quemándose en las manos.
Como promesas agavilladas
con cinturones, como recodos
ciegos y rotos de cariño, 
se desangra el hombre en silencio. 


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