La fiebre escribe versos vacilantes
sobre la arterias de la noche.
Tiritan todos sus engranajes,
como cuando el cielo era
herido por el rayo.
Las promesas se pudren igual
que la fruta, y caen cerca de las
palabras construidas en los
orígenes del viento.
A las cinco AM la madrugada
es larga como el invierno,
y el pan de cada día, amasado
de diluvios cotidianos, no se detiene.
En el fuego que escupe la tormenta
hay teselas, sables de agua,
la música que sucede en los glaciares
cuando el champán llora
a la hora de las plegarias.
Las mujeres peinan el tiempo
con sombras azulinas y tejen la muerte.
Que alguien conecte a las
branquias el aliento del rio.
Que alguien recoja la soledad
que cae en los toldos del verano.
Muere la madrugada a la hora
de los amaneceres de piedra,
como cuando el hombre tenía
fe en los caminos de la noche.
Se pierde aplastada la voz
del búcaro en la inmensidad
incompresible dela vida.
En las avenidas desordenadas
de la retaguardia del amor,
fincas de aire y clavos y sangre.
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