viernes, 25 de noviembre de 2016

Lo que sentí una tarde cuando los aficionados de un equipo de fútbol coreaban cánticos incomprensibles

Tan agrio ladra el perro

en el corazón 

que todo hiede a bilis. 


Llevo las manos sajadas.

Los libros son flores o cuchillos.


Ya no leo poemas,

sólo meridianos de sangre,

pestañas a punto de ser libres. 


El valor del hombre acaba 
envuelto en sábanas
igual que Tequila de Fuego,
el poeta favorito de toda una generación,
el cual escribió que hacerse mayor 
era ir pisando jarcias hasta hacerlas ceniza. 


Pienso en eso versos,

frente a edificios y hordas de borrachos

adentrándose en el bosque de los anzuelos. 


Un trajín de ruidos 

trae una aroma a rabia,

es la música lejana del avispero.


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