miércoles, 5 de abril de 2017

5:36 AM

Soñaste que Dios había creado
las esquinas y los picos de las mesas,
las noches de insomnio,
los ojos vidriosos por los 
que un día arrojar lágrimas. 
Y confuso, por el vaivén del tiempo,
ordenaste a otros la crianza
de los hijos que nunca engendraste.
Derramabas silencio y el semen
de tus sueños en la madrugada.
Sobre tu torso de impenetrable fuego
erigiste un balcón de muertes en corona.
La memoria comenzó a ser
naturaleza oscura, tierra quemada,
campos de vid hecho jirones.
Un libro tras otro,
como un largo viaje al más allá.
Aquello ya no era un pasatiempo,
sino la única esperanza.
Siempre salpicado por un gorgoteo
de intuiciones, incertidumbres a punto
de ser verso, o montañas de basura.
A las 5:36 AM no eras más que 
la imagen viva de un héroe triste,
un rey patético en su trono podrido
esperando ver amanecer.
Electrizantes capas de dolor
sacudían tu lengua acolchada.
Era para ti vivir un sentir demediado
por la elección errática de elegantes sacrificios. 

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