viernes, 28 de abril de 2017

La habitación era una celda 
o un templo de rutinas.
En la cocina no cabíamos
sin que los cuchillos 
tomaran extrañas posturas. 
Restos de pollo al horno 
y el café de por la mañana.
Salí a acariciar el ciprés
en la noche del aullido oscuro.
Qué terrible vacío
bajo su anclaje de duro tirano.
Las nubes en las pupilas
eran adormecidos reflejos
de una hoguera blanca.
Quién ordenó poner un precio 
tan alto a las estrellas.
Qué epílogos verdes
cayeron sobre la tierra enferma.
La muerte corría alegre
por las avenidas como una última
promesa de madrugada. 

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