lunes, 19 de enero de 2009

El Examen


Lunes cinco de la mañana. Me siento como un topo en el desierto a plena luz, un manco en un striptease frente a una bella loba, un niño en calzoncillos en un edificio de Wall Street. Abro de forma rutinaria la cafetera italiana en un acto casi reflejo e introduzco el café y el agua; dejo que el fuego la adore, mientras, me meto en la ducha, un rito que llevo practicando cada mañana desde hace algún tiempo. La presión del agua sobre la bañera es un pandemónium alegre y borrachuzo, vivificante y alborotador. La nuca me hierve, me relajo. Mi pene va cogiendo forma, se hincha, parece agradecer también este agua hirviente y sagrada que, lentamente, va sacudiendo los sueños que esta noche me han visitado. Me empalmo, pero hago caso omiso, no hay tiempo y hay que ahorrar agua. Saco la mano y busco a tientas. Nada, no hay nada. Me parece escuchar la toalla desde el armario riéndose, carcajadas de borreguito Norit resuenan en el enlosado. Agarro la toalla del lavabo, seca y áspera de tanto uso y trote. Tendré que meterla en la lavadora, me digo.
El café orea la cocina y parte del salón, huele a pueblo y  a viejo madrugador, ese que soy o quizá sea cuando me abandonen los sueños. Me calzo el pijama de nuevo y me siento con el café delante de los apuntes, ¿acaso no me levanté para esto? Relajo la mente. Empiezan a cabalgar datos, fechas, autores y el sabor del café hace de este momento algo mágico, único, irrepetible. Yo y la Historia (sí, con mayúscula). Un cara a cara en el que me reconozco ya el perdedor. Un panolis, un desmemoriado que de aquí a una semana no se acordará de nada: ni autores, ni títulos, ni nada, tan solo de mi ducha y mi café. El hombre es lo que hace, una rutina, un bucle atolondrado en la repetición. Un proyecto de semidios escalfado y perecedero.
Son las siete. Me acuerdo de mi amigo el comba y de su ejercicio espartano y liberador. Manda huevos, me digo. Me lo imagino en su barrio oloroso y popular machacándose la conciencia y el ego harto temprano. Un Bruce Lee ilustrado y perdedor, uno de los míos. Joder que mañanita. Así no hay quien apruebe. Pensamiento positivo. Pensamiento positivo, me digo otra vez.
Me agarro a Larra que es el que mejor se me ha dado en estos días y descubro que no me acuerdo de nada. Solo tengo la imagen del Príncipe suicida en mi mente. Su perilla, su tupé decimonónico, y su mirada arábiga atravesando la Historia para encontrarse conmigo a las 7:07 de la mañana, como un sátiro articulista demencial, como un recadero del demonio baudeleriano. Respiro hondo. Recuerda: pensamiento positivo, pensamiento positivo. La vista se me nubla y me siento fatigado. Me siento agotado. Ni que me hubiera machacado en esta fría mañana el cuerpo como el comba, ¡joder! Un, dos,un,dos,un,dos. Me levanto y  dejo esa masa inconexa de Historia literaria, de saltimbanquis de la rima, de mariquitas malcriados y pedantes (pero que no me toquen a mi Larra). Cierro los ojos y siento como un sueño espeso me agarra por los pies y me lleva lejos, muy lejos, tan lejos que no existe.
Suena un teléfono, mi teléfono.
- Si, dígame.
-¡Qué pasa illo!
-¿Quién es?
-Soy el comba ¿Qué tal te ha ido el examen, estabas dormido?
-¿Qué hora es?Noooooooooooooooo!!!!!!!!

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