miércoles, 11 de febrero de 2009

El insomnio


Son la 1:40 A.M. El sueño se me ha escapado como un último tren. El sueño ha volado a otras mentes, a otros mundos, quizá a algo más sencillo, a mi novia, a mis vecinos. El estómago se abre, y uno, en este instante de verdadera soledad, puede comer o fumarse un cigarrillo, de esos que el Comba me pide que le líe de vez en cuando. También puede perderse uno con un libro, o en internet y ganar un viaje o un chocho virtual, ¡yo qué sé! 
Cuando la noche se agarra en la boca de mi estómago, y se balancea con la maldad y la risa de la niña del exorcista, sin poder hacer absolutamente nada, es cuando más impotencia siento. Tanta como la que  sentí la noche del viernes, cuando después de aguantar durante diez horas, la abusiva jornada laboral -me remito también al abusivo contrato-, los borrachos cincuentones acabaron entonando el Cara al sol, con la estulticia y la soberbia que les caracteriza, con la agonía de la muerte o la novia de la muerte supurando sus gargantas lacerantes y falseadas de democracia. 
He visto a esa derecha española - no toda es igual, por supuesto, aunque todos los votos vayan a parar al mismo saco- reventando en sus mazmorras de rabia y lujo, su pecunio y  cinismo; no solo el viernes, muchas noches más, desgraciadamente me he tragado varios recitales, mejor digamos Show. He visto como se han desgastado en la noche, entrando como tigre elegante y saliendo como cerda embarrada. He estudiado sus risas, diametral y semánticamente. He sentido el poder de su mano señalando, mandando, haciendo gestos en el aire, que me hacían recordar quien mandaba, quien vencía y reía. Algunos pensaran, ¿qué exagerado?, ¿en que época pasó? Pasa a diario, en todos los lugares. Yo lo lo he visto. Los he visto salirse de sí y sacar, gracias al alcohol que han ingerido, su personalidad más intolerante y pendenciera, eso sí, con su traje de domingo y su gomina espeluznante.
España ha cambiado mucho desde que entramos en Democracia, yo soy hijo de ella; pero todavía hay mucho fascista disfrazado y suelto en este Madrid de insomnio y libertad.

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