miércoles, 4 de febrero de 2009

Un fragmento de Novela (II)


  • El sol era una bomba de relojería. El cielo estaba anaranjado y un sin fin de gaviotas, color azul eléctrico, graznaban como Tom Waits en su laboratorio. Mari Lo paseaba por el filo de una piscina sin la parte superior del bikini; mientras, dos colombianos idénticos a los que intentaron matar a Tony Montana en la Discoteca que usaba como oficina en la película: el precio del poder, fumaban unos puritos cortos -como sus mentes- que desprendían un humo blanco y denso, como un concentrado de chirimoya volátil, mientras saboreaban un cóctel violeta con pajita sobre unas hamacas. 
  • Mari Lo, de repente, aparecía sin la parte inferior del bikini, pero con la superior embutida y al revés. Reía con la irracionalidad de un animal y tiraba unas pastillas de colores luminosos a la piscina, que en cuanto entraban en contacto con el agua producían una explosión mínima y sorpresiva, pero incomprensible. Yo miraba este cuadro, alucinante y surrealista, desde lo alto de un cerro donde tenía una vista general de la escena. Llamé a la chica, desgarrándome la garganta, unas cuatro veces. Ella miraba y me reconocía, lo sé, pero no parecía alegrarse de verme, al contrario, hacía los ademanes de esconderse tras un pila de hamacas, como una niña pequeña descubierta en una travesura. Permaneció agazapada durante unos minutos y salió de nuevo, como el artista al proscenio, pero sin voz y sin guitarra; eso sí, como su madre la trajo al mundo. 

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