lunes, 20 de abril de 2009

Muerto entre las flores



Después de un par de días en la ciudad y casi sin tiempo para sentarme en el pupitre, y escarbar un poco más en la podredumbre del sistema universitario estatal, cogimos un AVE hasta Lleida, un pájaro blanco que penetraba las tierras hispanas como un violento animal acelerado. Una vez allí, vimos la ciudad vieja, me contaron historias de hombres del pasado, subí a la ciudad amurallada y acabé con un pan tumaca entre los dientes. 

Un coche de alquiler nos esperaba. Raudos y veloces nos desplazamos por las carreteras nacionales, poniendo al límite la máquina en alquiler y los estómagos sensibles en el Costers del Segre -malditas sean las curvas. Subimos las montañas y cruzamos valles. Matizamos, entre mil verdes y azules, los diferentes serpenteos que el hídrico nos brindaba. A las dos horas Sort nos acogía con el respeto de sus construcciones, el humor de pueblo montañoso y sus cepas escondidas.

Los jóvenes del Rafting, en un ir y venir casi oceánico, entretenían a los viejos lugareños y prendían los corazones de las pocas vírgenes jovencitas. Nosotros aprovechamos para comer algo en un falso Hard-Rock al son de rithm and blues mientras hacíamos tiempo para encontrarnos con los demás.

Nos encontramos, nos saludamos, nos enojamos y nos reímos. Tuvimos bajas y fichajes inesperados. Tuvimos asado y borrachera, cumbia, house y rock and roll. Empanadas, viejas guerrilleras, Poetas chilenos, trompetistas matemáticos, Ayuntamiento, rito y pugilato. 

Solo en algún momento sentí un extraña sensación, un sentimiento indecible, algo irreal, fue como un sueño: me vi a mi mismo muerto entre las flores.

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