domingo, 23 de agosto de 2009

Bartolo


Sevilla es una hoguera. Bartolo siente cómo las fiebres de la tierra trepan a los lomos de los edificios. Rémoras de calor como águilas de fuego vigilan cualquier resquicio, cualquier ventana, cualquier descuido de pobre incauto -Bartolo no lo es- para picotear la piel o para hacer alrededor de la boca una máscara de moscas centígradas insoportable. Son las cinco de la madrugada y el  calor lo está matando.
Lolita duerme. El sueño le mordió la yugular, la tumbó en el primer asalto. A Bartolo, en cambio, Morfeo no le da tregua. La cama está demasiado pegajosa y el suelo, como alternativa, es una lápida meditabunda, un camastro de dureza superior. Se levanta, se acuesta, bebe agua y orina, y de nuevo el mismo juego de soliloquio musculado. Es la venganza acumulada de un  sol oculto.
Bartolo tiene tiempo para pensar. Joder cuánto piensa Bartolo! Se acuerda de su amigo Pailos,
el galleguiño; se le pasa por su mente un tramo de la carretera de Andalucía; recita de memoria un poema de Cernuda sin dejar de mover esa ristra de dientes que tanto cuida; piensa en las tetas de su vecina del cuarto, en ese movimiento que le proporcionan las escaleras, Dios mío!, piensa para sus adentro; y en algunos profesores de la infancia; todo ello de forma arbitraria y confusa, como la noche que le está brindando Sevilla.
El calor no amaina. Son las 6:45 y a este paso Bartolo va a ver amanecer en esta ciudad de estrellas cocidas y luna sin abanico. Bartolo rechaza la masturbación como alternativa a esta
madrugada que espanta, el ejercicio le suele funcionar, pero está en casa ajena, y tanto cuadro y figurita kitsch lo desconciertan/desconcentran.
Bartolo canturrea casi sin darse cuenta ya que ha desechado definitivamente la relajación manual. La cancioncilla es una de esas horteradas radiofónicas que tanto lo entretienen en horario laboral. Bartolo se tumba junto a Lolita y casi puede tocar el calor que desprende su cuerpo de niña/mujer. Bartolo se agarra a su cintura, y, si tuviéramos una perspectiva cenital, veríamos un doblete de lirio hermoso y sudadito bajo un cielo de piedra tostado.
Sevilla amanece y Bartolo sueña que duerme.


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