miércoles, 2 de septiembre de 2009

La llegada


El verano había acabado, ya sabes a qué me refiero,  no a la estación, sino a ese período de tiempo ambiguo en el que uno se olvida de todo. El camino hacia Madrid estaba siendo denso, pesado. La furgo iba lenta, en las cuestas se calentaba y en las bajadas le apretaba la oreja para alcanzar los 140 y recuperar el tiempo que había malgastado en los tramos lentos. 
Durante el camino había estado haciendo recuento. Me empecé a reprochar cosas que no había hecho y que había planeado hacer en la holganza como: terminar la novela, ser un hijo ideal en el breve tiempo que pasaba en casa, hacer un día la comida a la familia -éso entra dentro de ser un hijo ideal?-, hacer alguna excursión con mi chica haciendo de cicerone, y muchas más cosas que se me iban ocurriendo mientras seguía apretando sin compasión el acelerador acalorado de la furgo.
Llegué tarde, serían las dos de la madrugada. Madrid estaba tranquilo. Subí los tiestos y me di una ducha. Mis vecinos de enfrente seguían de vacaciones, todo estaba chapado, así que podría dormir en calzoncillos y con la ventana abierta de par en par sin miedo a ser descubierto en el momento más inesperado. 
Ya en la cama el calor se hacía insoportable y me acordé del relato que un colega había escrito en su blog por el tema del calor, Bartolo le puso por título, valiente nombre, a ese ya le vale, un poco chulo a la primera pero un peazo pan, valiente cabrón!, Bartolo.
Bueno, pues resulta que a las cinco de la mañana me tuve que levantar, porque si Bartolo había pasado calor en Sevilla, no veas aquí en Madrid, y además la calle: borrachos gritando, ecos de pelea desparramándose en la noche como cubos de agua, y, por si fuera poco, de repente, una explosión sorda me alteró el alma. Un tipo había roto la ventanilla de un coche e intentaba entrar en él. Hijo de puta!, policía!, policía!, me puse a gritar con indignación y espanto desde la balaustrada hasta que el canelo se perdió por la Plaza de Pontejos.Maldito recibimiento que me estaba brindando la noche. 
El ventilador de techo, aun rindiendo como una 500 en Montmelo, no me sacaba del mal trago. Qué calurosa acogida, me decía mientras me duchaba para sacudirme la canícula. Tenía los ojos irritados y cantarines como chicharras, y la espalda aun después de la regada era como una loma brillante por la sudada. Lo pensé varias veces:  si acierto a tener el teléfono de Bartolo, hasta lo llamo.

1 comentario:

  1. Welcome to hell, man...
    No te reproches nada. El verano es una muy mala goma elástica, así que lo mejor es no hacer muchos planes para cuando vuelva con fuerza apuntando a la cara... o se rompa.
    Sigo teniendo tu libro de Umbral, con dolor de los pecados te digo que ni me lo he empezado (pero no por culpa de Stieg Larsson, conste).
    Un fuerte abrazo. Espero que todo te vaya bien, ojalá pronto puedas venirte (si quieres) para el periódico.
    pd. Hablando de Dann: me lo tropecé (o fue al revés?) hace dos fines de semana en un parque de Soria. Tremendo. Ya tengo billete para el finde que viene volver a no saludarle.

    Sacri.

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