lunes, 7 de septiembre de 2009

La vida sigue aquí abajo


Lunes, siete de la mañana. Amanece en esta olla de grillos salteados. Quiero hacer la matrícula y acabar con el engorro burocrático de becas denegadas y asignaturas pendientes. Lolita duerme, mientras yo, con el silencio de un profesional de la noche, salgo de la habita. Abro un actimel y acaricio el botón de arranque del portátil, la manzana se ilumina y me pregunto, cuántos horas tardará un chino en ensamblar este modelo americano diseñado en California, cuántos sueños mandarines hemos robado los occidentales para disfrutar de este bomboncito tecnológico.
Introduzco las claves pertinentes y me doy un garbeo por la prensa. A los diez minutos enciendo la radio y remato  la mañana con los informativos. Suelo escuchar la radio pública, es como desayunar todos los días con el espectro de Juan Ramón Lucas. Una vez me lo crucé por la calle y tonto de mí me indigné al no sentirme reconocido, es lo que tienen los medios de comunicación: nos hacen sentir alguien, creemos que ellos viven con nosotros y somos nosotros los que vivimos con ellos, nos hacen sentir que no estamos solos, aunque lo estemos. Pues ahí estoy yo, desayunando sólo pero acompañado, porque Lolita sigue durmiendo y las ondas hertzianas no son más que eso, lo demás son pajas mentales.
Comienzo la tarea. Relleno los campos: nombre, apellidos, calle, nº, etcétera. Le doy a la tecla equivocada y tengo que comenzar de nuevo. Así dos veces más. Mi corazón, poco tecnológico, empieza a calentarse. La sangre bombea con vehemencia a cada campo relleno, y el pulso, a menudo inseguro, lidia con un espíritu pre-parkinsiano. En estos momentos soy un universitario  con menos pulso que Antoñete. Estoy llegando al final y me quedo sin conexión a la red. 
La manzana brilla con una luz entre falsa y elitista, toda una gran mentira de publicistas y hombres de marketing, que nos han hecho creer que somos unos privilegiados. A la mierda los iPhone y los Mackintosh, con sus sonrisas de secta bancaria, con sus Tiger y Leopard -sistemas operativos. Se me ha jodido la matrícula de nuevo y voy a tener lo que ir en peregrinación a la universidad.
Me voy a la calle y dejo a Lolita columpiándose en sueños. Parece que la ciudad todavía dormita el descanso de los justos, y el aroma a mojado que desprende es un vaho entre denso y reconfortante, un milagro matutino de la vieja urbe. Los pocos que ya están en sus asuntos diarios caminan diligentes como si la vida no fuera con ellos. Un  frescor, que casi se puede morder, me abofetea con alegría, y, en este precioso momento, me alegro de que se haya jodido la manzanita y el internet. La vida, por mucho que algunos quieran, sigue aquí abajo. 

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