sábado, 13 de noviembre de 2010

Lo que esconde un maullido

Lenin está atento aunque aislado del mundo, ajeno a la actualidad, serpiente que se enrolla en sí misma y pervierte con su veneno al hombre.
Lenin es. Lenin está, pero cuece en su pensamiento felino luchas, juegos, distracciones siderales que le llevan a otros mundos, a otra realidad paralela y mítica, que se renueva como el rugir desdentado de la jungla en primavera.
Lenin me ayuda a escapar, a viajar por la selva tecnificada en que se ha convertido su hogar, mi hogar, nuestro hogar.
A veces llega por la noche con su ronroneo primitivo y me cuenta no sé qué historias de sus antepasados: líos, amores, luchas de estirpe en las que se ha ido perpetuando su carácter de arrumaco y zarpa.
Lenin es misterioso como buen felino. Un día me lame la mano y otro me muerde la ternilla, un día saca de su estómago un lamento como de niño muerto y otro maúlla con ronquera de guerrero. Es como si las sietes vidas se fueran mezclando y dentro hubiera otros gatos y otros muertos despiertos y despeinados y glorias y camadas y huidas y fuegos salvajes ajenos a este planeta.
Dicen que los gatos pueden comunicarse con el otro mundo. Mientras yo intento comprender este con su actualidad envenenada, Lenin conecta con Mata Hari o George Harrison, con Camarón, Kipling o Tierno Galván, y se ríe de mi ingenuidad con ese lamento de niño muerto que me confunde y me hace cavilar.

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